Nos devoró la niebla
Marina Tena Tena

14/02/2023

Sinopsis: «Claudia ha vivido siempre en Fresneda, un pueblo donde la gente a veces desaparece, las antiguas leyendas se resisten a morir y nadie habla de la maldición que consume a sus habitantes.

Esa maldición pesa con más fuerza sobre Claudia, la única superviviente del grupo de veinticinco niños que salió de excursión y se desvaneció en la niebla. Claudia no solo perdió a sus compañeros, también a su hermana gemela, que viajaba en ese autobús. Pero si realmente desapareció, ¿por qué sigue sintiendo su presencia?

El monótono transcurrir de los días se rompe cuando se instala en el pueblo una familia nueva con una chica de la edad de Claudia, de sonrisa tan afilada como sus palabras. Conocerla la obligará a conocerse a sí misma y a buscar respuesta a algunas preguntas que nunca se había atrevido a plantear. Como por qué algunos muertos necesitan enterrar a sus seres queridos».

Cubierta de Nos devoró la niebla
La imagen de la cubierta resulta evocadora

Una vez más, he vuelto a caer entre las páginas escritas por una autora ya conocida en De terror y fantasía: Marina Tena Tena. Si ya le dediqué una reseña a Legado de plumas, El terror tiene tu rostro y Brujas de arena (podéis leer cada una pinchando en los títulos), en esta ocasión le ha llegado el turno a uno de sus últimos trabajos, Nos devoró la niebla, publicado por Insólita Editorial.

La historia nos transporta a Fresneda del Valle, un pueblo de montaña en el que las cosas, aunque no lo parezca, no van bien. Porque allí, entre los habitantes, también se han asentado la apatía y la desesperanza, casi siempre en forma de niebla. Cada vez que desaparece uno de sus vecinos, todos arriman el hombro para intentar encontrarle, a pesar de que nadie cuenta con ello. Es parte de la leyenda del Silbador, que te atrae con su melodía camuflada en el viento para no regresar nunca.

Claudia, la protagonista, nos muestra en primera persona la desidia y el ánimo malsano que envuelve a Fresneda. Ella es la única adolescente del pueblo, pues fue la única que no montó en el bus del colegio el día que desaparecieron el resto de niños y niñas de su edad. Junto a todos ellos, también desapareció su hermana gemela. A través de los ojos de Claudia se nos muestran gran cantidad de sentimientos, todos ellos negativos, que se pueden extrapolar al resto la población: pena y tristeza por la pérdida de los seres queridos; culpabilidad por seguir adelante cuando otros jamás podrán hacerlo; indiferencia ante las tragedias que no le afectan a uno directamente; odio hacia aquellos que deberían haber desaparecido pero, a pesar de todo, siguen ahí.

Imagen aérea de un bosque de coníferas (y otros árboles de hoja caduca) cubierto por la niebla
Perderse en un bosque cubierto por la niebla no es buena idea, independientemente de que pese una terrible maldicón sobre él (imagen sacada del perfil de NORDSEHER en PIXABAY)

Por supuesto, para romper una maldición hace falta algún elemento externo, y ese aparece en forma de una familia nueva que llega al pueblo. Claudia se hace amiga de Sara, la nueva vecina de su edad de Fresneda, y por fin descubre que hay más cosas que la eterna negatividad que ha conocido hasta el momento, como pueden ser la amistad y el amor dentro de una familia. A partir de ese momento, el personaje de Claudia experimenta un crecimiento que pondrá patas arriba todo lo que Fresneda del Valle ha conocido en muchos años.

Una cosa que me ha gustado bastante es todo lo que rodea al Silbador y su leyenda. Nunca llega a hacer acto de presencia, pero siempre está presente: en la niebla, en el aullido del viento, en la melodía con la que atrae a sus víctimas… Te pasas gran parte de la novela preguntándote qué es exactamente ese ser y cuál es la historia que le rodea. Cuando Claudia por fin le revela el misterio a Sara, no parece más que uno de esos cuentos de miedo que se relatan alrededor de una hoguera. Aun así, teniendo en cuenta todo lo conocido hasta el momento, el cuento cobra una dimensión mucho más real.

La narración se esfuerza por mostrarnos un escenario de lo más natural, pero siempre visto a través de un filtro grisáceo para lograr la tétrica ambientación a la que Marina nos tiene acostumbrados. La historia, a pesar de ser de terror, no llega a asustar; al contrario, logra crear una sensación de incomodidad casi permanente, de saber que, aunque nada vaya mal, cualquier momento es propicio para que se produzca el desastre.

A esto último contribuye mucho el estilo de la autora. Escrito en primera persona del presente, su habitual uso de metáforas muy visuales y crudas (un punto que siempre me engancha) está muy presente también en Nos devoró la niebla. Esta vez, en cambio, creo que lleva el recurso uno o dos pasos más allá, hasta el punto incluso de abusar un poco de él. Eso sí, es algo que deja de percibirse una vez que te sumerges en la lectura.

Si tuviera que ponerle un pero al libro, en esta ocasión sería su edición, y es que me he topado con más erratas de las que esperaba. No es algo escandaloso, por supuesto, pero sí me ha chocado si lo comparamos con, por ejemplo, Brujas de arena, otra obra de la autora publicada por la misma editorial.

«Lo que susurra sobre los tejados es más musical, más cortante, más envolvente. Es esa melodía que sería incapaz de repetir pero que no logro olvidar. Está tan lejos que podría pensar que no la estoy escuchando, que mis tendones no vibran con cada una de las notas de la canción del Silbador».

Nos devoró la niebla

Marina Tena Tena

Si tuviera que dictar un veredicto, diría que este libro me parece un poco inferior a las otras publicaciones que he leído de la autora, aunque lo he disfrutado igualmente.

Ahora, decidme. ¿Habéis leído alguna de las otras recomendaciones que os he hecho de Marina? ¿Qué os han parecido? Como siempre, podéis dejarme las respuestas en el cajetín que hay más abajo, justo al lado del formulario de suscripción al boletín de De terror y fantasía. ¡Nos vemos!