Sinopsis: «La joven Maggie se adentra en un mundo de pesadilla para averiguar qué hay detrás de la extraña desaparición de su hermana Eve.

Con la ayuda de un siniestro ser llamado Vultur, la niña descubrirá que a veces hay secretos que es mejor no desenterrar.

El bosque de los cristales rotos, escrito por Rain Cross y publicado por Suseya Ediciones, es una obra que aúna terror y fantasía en una pequeña píldora muy fácil de degustar. Es un libro corto que, de no ser porque lo leí a altas horas de la noche y el sueño acabó venciéndome, casi termino de una sola sentada.

Si nos vamos a sus últimas páginas, donde podemos encontrar el índice, podremos ver que el libro se divide en varias partes. Tras un prólogo (obra de Tamara López) en el que nos avisan de lo que nos encontraremos a continuación (prólogo que cobra mucho más sentido si se relee después de terminar toda la historia), llegamos a la primera parte relevante: las páginas del diario de una adolescente. Todo lo escrito parece normal en una chica que va al instituto, pero según se avanza en las entradas vamos descubriendo que hay algo… extraño.

A continuación tenemos la parte con más chicha, la que se describe en la sinopsis del libro, la verdadera alma de El bosque de los cristales rotos. A medida que avanzaba en la lectura, más fácil era imaginarme como parte del público en un espectáculo de cuentacuentos, escuchando con atención a la narradora (en mi cabeza tenía voz femenina) relatar las desventuras de la pobre Mags con gran teatralidad, modificando la voz para cada uno de los personajes y exagerando las diferentes inflexiones según las necesidades de la historia.

Es en esta parte donde conocemos a los tres protagonistas del cuento: Maggie, la niña que viaja a un espantoso mundo en busca de su hermana; Vultur, una extraña criatura aterradora y cruel; y La Dama Oscura, una enigmática villana. Será la relación entre los dos primeros la que cargue con el mayor peso narrativo y la que nos lance los más importantes mensajes que puede ofrecernos esta obra: que los monstruos no son lo que parecen y no necesariamente son malvados; que la amistad puede nacer en cualquier contexto; que los actos más valientes surgen cuando mayor es el miedo.

Por otro lado, la ambientación resulta inmersiva. Mientras se lee, no es difícil sentir que caminas por ese bosque oscuro y tétrico, cuidando de no cortarte los pies descalzos con los cristales que brotan entre la hierba u ocultándote de alguna temible criatura que quiere devorarte.

Una vez finalizada la aventura de Maggie, conoceremos un poco más sobre Vultur y su mundo. En esta parte se nos invita a reflexionar sobre las diferencias de un mundo plagado de malicia, como es aquel que acabamos de abandonar, y el nuestro. Puede que las conclusiones no resulten cómodas.

Por último, tenemos un pequeño epílogo (firmado por Liss Evermore) que es a la vez invitación, recomendación y aviso, muy acorde con el tono de la historia que acabamos de concluir.

Uno de los aspectos más destacables de El bosque de los cristales rotos es la maravillosa edición que se ha hecho del libro, llena de detalles que enriquecen la experiencia y que ayudan a que la lectura sea más inmersiva: las páginas que pertenecen al diario de Eve vienen con diferente tipografía y sobre un papel de aspecto manoseado, logrando el efecto de estar escrito a mano; mientras acompañamos a Maggie, podremos sentir los cristales que hay bajo nuestros pies porque vienen dibujados en cada una de las páginas, y podremos leer la cancioncilla del mismo papel que lo hace ella; Vultur se convertirá en algo más real cuando contemplemos su aspecto en algunas ilustraciones.

En resumen, El bosque de los cristales rotos es un cuento de terror lleno de fantasía, o un cuento de fantasía lleno de terror, que se lee en poco tiempo por ser corto y que se hace más corto todavía por su facilidad para sumergirnos en sus páginas.

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