Sinopsis: «Rosemary Woodhouse y su marido, Guy, un actor poco reconocido que lucha por abrirse camino en su carrera, se mudan a un edificio de apartamentos neoyorquino, el Bramford, signado por una fama ominosa y habitado por ancianos. Roman y Minnie Castavet, vecinos de los Woodhouse, acuden a darles la bienvenida e intentan, por todos los medios, establecer relación con ellos. Rosemary se muestra renuente a frecuentarlos, no solo porque los considera extraños sino también por los misteriosos ruidos procedentes de su apartamento. Guy, sin embargo, parece sentirse encantado con los Castavet.
Poco después de que su marido haya conseguido un importante papel en Broadway, Rosemary queda embarazada y los Castavet empiezan a mostrarse especialmente interesados por su salud.
Mientras se siente cada vez más enferma y aislada, Rosemary comienza a sospechar que los Castavet y sus amistades no son lo que parecen…».
De todos es bien sabido que no solo de novedades se nutre el lector, y en esta ocasión me he remontado más de medio siglo para encontrarme con un clásico del terror. Fruto de una época que podría considerarse la edad dorada de las sectas y el satanismo, durante los años 60 y 70 del siglo pasado hubo cierta tendencia artística que se nutría de estos movimientos. Sin lugar a dudas, hay tres títulos que encabezan esta corriente y que son bien conocidos, ya sean en su versión literaria o cinematográfica, por cualquier amante del terror: El exorcista, La profecía y La semilla del diablo. De esta última novela es de la que vengo hoy a hablaros.
Para empezar, me parece curiosa la traducción al español que se hizo del título de esta obra de Ira Levin. La novela original se llama Rosemary’s Baby, lo que se podría traducir como El bebé de Rosemary. Sin embargo, a algún lumbreras se le ocurrió que era una buena idea meter al diablo de por medio y utilizarlo como gancho, sin importarle que esa simple mención fuese un spoiler como una catedral. ¿Tan difícil era hacer una traducción literal?
En fin, ahora que ya me he quejado un poco, llega el momento de entrar en materia y hablar de lo bueno, porque de esto hay mucho. La semilla del diablo es uno de esos libros en los que, durante parte de la lectura, no pasa casi nada; mientras vamos pasando las páginas, el autor se limita a darnos a conocer los personajes y a generar un ambiente opresivo del que casi no somos conscientes. Eso sí, en el momento oportuno, sucede algo que hace nos hace darnos cuenta de que algo no va bien. Tal vez no sepamos exactamente qué es, o que tengamos varias ideas diferentes de qué puede tratarse, pero ya no hay vuelta de hoja: estamos enganchados a esa lectura falsamente anodina esperando que los acontecimientos nos vayan dando más sorpresas.
Eso sí, a medida que avanzamos, la historia va cambiando la generación del ambiente a través de las acciones poco trascendentales de los personajes para crearla mediante la psicología la protagonista. De esta forma, utiliza los miedos de Rosemary para hacernos dudar a nosotros de si lo que está sucediendo es real o si se trata solo de un punto de vista distorsionado por sus inseguridades. Aquí volvemos a lo que dije antes, a las teorías que se forman en nuestra cabeza sobre lo que en verdad está ocurriendo. Por mucho que haya cosas que parezcan evidentes, las contrarias tienen tanta lógica o más que estas.
De que este mar de posibilidades sea, valga la redundancia, posible, tienen la culpa los personajes que campan entre las páginas del libro, todos vestidos con una pátina de realidad que no hace otra cosa que dotarles de verosimilitud. ¿Quién no ha tenido (o ha conocido a alguien que tiene) unos vecinos cotillas y metomentodo a los que no se soporta pero que, a pesar de todo, se les sigue dando coba? Estos serían Roman y Minnie Castavet, el matrimonio de ancianos que no hacen más que trastocar la vida de los Woodhouse. ¿Acaso no hemos puesto alguna vez nuestros intereses por delante sin percatarnos del perjuicio que suponía para otros nuestro egoísmo? Este sería Guy Woodhouse, más preocupado por su carrera como actor que del bienestar de su esposa. ¿Cuántas veces hemos pasado por alto comportamientos reprochables solo por tratarse de un ser querido? Esta sería Rosemary, que traga con todo y con todos, incluso cuando por fin se hace valer.
Sí, hay un montón de cosas que dotan de vida propia a los personajes, que los hace creíbles, aunque en muchas ocasiones los convierta en odiosos. Incluso a Rosemary, a la que es difícil tachar de mala persona, hay momentos en los que te entran ganas de agarrarla por los hombros y sacudirla para ver si así espabila de una vez.
A pesar de todo, esta es una novela que hay que leer sin perder el contexto de la época. Estamos hablando de los años 60, por lo que hay cosas que, si sucedieran ahora, nos haría poner el grito en el cielo. Ello no quita que por aquel entonces estuvieran mal, pero estaban mucho más normalizadas que ahora. Por suerte, la sociedad ha avanzado (aunque muchas veces no lo parezca).
Como podéis ver, La semilla del diablo es una novela que he disfrutado. No así con su secuela, El hijo de Rosemary, escrita y ambientada más de treinta años después. En un principio tenía intención de dedicarle su propia reseña, pero es que no merece la pena dedicarle más que estas pocas líneas. Supongo, dado el tiempo transcurrido entre la publicación de ambas novelas y el resultado de esta segunda parte, que el autor no tenía muchas ganas de escribirla y que se vio obligado a hacerlo por cuestiones económicas (repito que es una suposición). Y es que fracasa en todo donde la original triunfa: donde una es pausada en la creación del ambiente, la otra es lenta y torpe; cuando unos personajes son creíbles, los otros parecen caricaturas de lo que pretendían ser; allí donde la psicología nos hace dudar de la realidad que envuelve a la protagonista, aquí se torna ridícula e inverosímil, alcanzando por momentos la vergüenza ajena. Y eso sin hablar del doble final que tiene, a cada cual más ridículo. Porque la historia acaba de una manera tan poco satisfactoria que, vuelvo a suponer, el autor quiso sacarse de la manga un giro para darle otro final a mayores, lo que constituye casi el peor error de todos. En fin, que hubiera sido mejor que la secuela nunca hubiera existido.
Para terminar, veo necesario decir que hay algunas adaptaciones fílmicas de La semilla del diablo. La más reciente es una miniserie que data de 2014, pero la que de verdad alcanzó la fama fue la versión estrenada en 1968, dirigida por Roman Polanski y protagonizada por Mia Farrow. La experiencia de ver esta película es muy fiel y cercana a la novela, así que la recomiendo tanto como el libro.
Ahora llega el momento de preguntaros a vosotros si conocíais esta historia. ¿Qué os pareció? ¿Os gustan los libros en los que se ve involucrado el diablo? ¿Recomendáis alguna otra novela sobre satanismo? Ya sabéis que más abajo hay un cajetín de comentarios donde podéis contarme esto y mucho más. ¡Nos vemos!
Y vosotros, ¿ya la habéis leído?