Sinopsis: «Jonathan Harker viaja a Transilvania para cerrar un negocio inmobiliario con un misterioso conde que acaba de comprar varias propiedades en Londres. Después de un viaje plagado de ominosas señales, Harker es recogido en el paso de Borgo por un siniestro carruaje que lo llevará, acunado por el canto de los lobos, a un castillo en ruinas. Tal es el inquietante principio de una novela magistral que alumbró uno de los mitos más populares y poderosos de todos los tiempos: Drácula».
Antes de nada, dejadme que os haga una pregunta: ¿cuál es el vampiro más famoso de toda la historia? Creo que todos estaremos de acuerdo en que ese honor recae en Drácula, el infame conde transilvano que ha dado pie a cientos de historias a lo largo de casi 128 años (la novela original fue publicada en mayo de 1897).
Pues bien, esta obra del irlandés Bram Stoker ha sido el último clásico en pasar por mis manos, saldando así una cuenta pendiente desde hacía demasiado tiempo.
Drácula es una novela de terror gótico escrita en formato epistolar, algo bastante típico en la literatura del siglo XIX. A través de las cartas, diarios y notas redactadas por los diferentes protagonistas, vamos conociendo la historia de cómo el conde planea viajar desde la Europa Oriental hasta Londres con la intención de establecerse en un mundo mucho más amplio y repleto de oportunidades para un ser como él, y también cómo allí se encuentra con un variopinto grupo de personas que, viendo más allá de las supersticiones (y valiéndose de ellas), tratan de combatirlo por su propio bien y el de sus seres queridos.
«El nosferatu no muere como las abejas cuando han picado, dejando su aguijón. Es mucho más fuerte y, debido a ello, tiene mucho más poder para hacer el mal. Ese vampiro que se encuentra entre nosotros es tan fuerte personalmente como veinte hombres; tiene una inteligencia más aguda que la de los mortales, puesto que ha ido creciendo a través de los tiempos; posee todavía la ayuda de la nigromancia, que es, como lo implica su etimología, la adivinación por la muerte, y todos los muertos que fallecen a causa suya están a sus órdenes».
Drácula
Bram Stoker
La primera parte, que conocemos a través del diario de Jonathan Harker, un joven abogado londinense, y de las cartas que escribe a su amada, se desarrolla en el castillo de Drácula. Aunque el personaje no parece amenazador en primera instancia, el ambiente resulta opresivo y se vuelve más amenazante a cada día que pasa. Para mí, sin duda, resulta la parte más aterradora del libro. El escenario, un decadente castillo que vivió tiempos mejores, con enormes salas y prácticamente deshabitado, contribuye a generar esa atmósfera oscura y ominosa.
Después la acción se traslada a Inglaterra, donde el propio Drácula queda relegado a ser una sombra, una amenaza velada, en las diferentes narraciones. Allí conocemos a Mina Murray (la prometida de Harker) y Lucy Westenra, y es a través de esta última que se nos presentan al resto de personajes con peso en la novela: Arthur Holmwood, Quincey Morris, John Seward y Abraham Van Helsing. Este variopinto grupo de hombres, junto a Mina y Jonathan, serán los que enfrenten la cada vez más amenazante presencia del conde.
Bajo mi punto de vista, el relato resultante, a pesar de estar construido a base de retazos de las historias personales de cada uno de los protagonistas, queda muy bien hilado, cubriendo todos los huecos del argumento y ofreciendo la información en los momentos oportunos; lo que no se puede conocer desde el punto de vista de un personaje, encuentra una excusa perfecta para salir a la luz desde la perspectiva de otro, y todo ello sin dejar de resultar coherentes cada uno de los pequeños documentos que conforman la obra.
Eso sí, he de decir que hay cosas en la novela que resultan repetitivas hasta la saciedad. Por poner un ejemplo, perdí la cuenta de las veces que tienen que hacerle una transfusión de sangre a la pobre Lucy; saben la causa, las consecuencias y la forma de evitarlo (al menos Van Helsing las conoce), pero se limitan a que todo suceda una y otra vez de la misma manera, y tienen que contárnoslo. O la necesidad de profanar el mismo mausoleo hasta en tres ocasiones (si no recuerdo mal) para mostrar a los diferentes compañeros los peligros del vampirismo, siempre relatando las mismas tribulaciones morales que sufren los personajes, pero sin actuar verdaderamente hasta que acuden allí por última vez. Pasajes como estos son los únicos que consiguieron hacer pesada la lectura, por lo demás mucho más ágil de lo que me había esperado.
Claro está, cuando hablamos de Drácula, es inevitable echar una mirada a la presencia del personaje en la cultura popular. El conde ha aparecido en multitud de películas, series, novelas, comics y videojuegos. Conocidas son las interpretaciones de Bela Lugosi (de la que quedó el aspecto aristocrático que todos asociamos al conde) o Christopher Lee (más seductor a la par que agresivo), pero es curioso que las historias contadas en aquellas cintas se alejan mucho del material original. Mucho más fiel es la película estrenada en 1992, dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Gary Oldman en el papel de Drácula, Keanu Reeves como Jonathan Harker, Winona Ryder como Mina Murray y Anthony Hopkins interpretando a Van Helsing. Eso sí, todavía sigo sin saber de dónde se sacaron en esta versión el romance entre el conde y Mina, algo que en el libro no existe y ni siquiera se insinúa.
Por supuesto, ha habido muchos más Dráculas, tanto aterradores como en clave de comedia o incluso instructivos, más cercanos a la obra de Stoker o buscando una perspectiva diferente, todos ellos únicos pero casi siempre con un punto en común: son el vampiro más famoso de todos los tiempos.
Ahora llega el momento de preguntaros: ¿Habéis leído el libro? ¿Qué os pareció? ¿Y qué me contáis de las películas? ¿Cuál se vuestro Drácula favorito? Ya sabéis que podéis contarme todo eso y más en el cajetín de comentarios que hay más abajo. ¡Nos vemos!